Nos vemos, sin fecha ni horario fijo, en algunas pantalla o sintonía radio italiana o española. Y lo mismo ocurre en medios escritos. Tengo la inmensa suerte de no depender de nadie, de no deber nada a nadie y de poder opinar libremente cuando y donde solo yo lo considere oportuno.
«Fatti non foste a viver come bruti, ma per seguir virtute e conoscenza»
«No habéis sido hechos para vivir como brutos, sino para seguir virtud y conocimiento»
Dante Alighieri, "La Divina Commedia", Inferno - canto XXVI

miércoles, 26 de julio de 2017

(264) De la ignorancia supina a la osadía indocumentada. Es decir, de lo cotidiano

Dell’ignoranza supina alla faccia tosta impreparata. Vale a dire, del quotidiano


«El gran peligro social es la ignorancia».
Victor Hugo 
(Discurso en la Asamblea Nacional de Francia,11 noviembre 1848) 

A lo mejor es porque no amo dormir mucho y porque la ignorancia suele ser muy a menudo supina, que es la posición más común de quien se abandona en los brazos de Morfeo. Será por eso que no entiendo la ignorancia o la desinformación culpable y difusa, que frecuentemente roza los 360 grados. Esa misma que se apellida "supina" justamente porque procede de una “negligencia en aprender o inquirir lo que puede y debe saberse”, como señala la blasonada Academia que reside en las cercanías del madrileño Casón del Buen Retiro, y es una definición que sin duda Alex Grijelmo subrayaría con reprensión y sorna burgalesa.

Bromeaba, hace pocos días, con Marian, la divulgadora @boticariagarcia cuando le sugería lo que podría pasar – pongamos en un avión, en un aeropuerto, o cerca de un edificio estratégico de los Estado Unidos – si dos médicos disertaran en voz alta sobre los efectos secundarios del inhibidor de la bomba de protones. Es muy probable – y las crónicas me asisten con relatos de peligrosas reacciones por frases más inocentes  – que el agente de policía más cercano intimaría el “¡alto!” y en algunos casos aparecerían esposas y armas encañonando directamente a los pobres incautos.

¡Tranquilos! Tampoco exijo que todos tengan que saber que se llama inhibidor de la bomba de protones  – nombrecito beligerante, radioactivo y nuclear  – algo que a lo mejor la mayoría tiene en el botiquín de casa (miren, buceen, descubran...). Pero es recomendable, y esa siempre ha sido mi filosofía vital que entre otras consecuencias me ha hecho periodista, tener una sana, permanente y activa curiosidad que no permita decir alegremente “de eso me importa un rábano” o “paso porque no es de mi negociado”.

Yo no lo he visto nunca así y por eso, sin presumir de ser un pozo de erudición, me es difícil encontrarme en la tesitura del total “mutis por el foro” porque leo, estudio e intento profundizar continuamente, aunque ese sector, ese argumento (sean el mundo de los cosméticos, las sinergias entre fármacos, el lenguaje informático Cobol o la receta de los “spaghetti alla puttanesca”) teóricamente me la traen al pairo. Que es, esta última, por cierto, expresión marinera trasladada al lenguaje coloquial.

¿A dónde quiero llegar? En realidad, no muy lejos. Sobre todo, a dos constataciones que, a menudo sin que los mismos interesados – gran parte o parte importante de la sociedad – perciben activamente y si las perciben pasan olímpicamente.


La primera, ya la insinué, es esa difusa pereza aderezada de desinterés por todo lo que “no me concierne” y que lleva a una cultura general muy limitada, hija de la ausencia de sana curiosidad y nieta de una educación que muy poco ha hecho para inculcar la necesidad de empaparse o por lo menos mojarse con el más amplio abanico posible de nociones razonadas.

Y la segunda constatación – aquí campan a sus anchas ignorancia, desinformación, presunción y osadía – es que “saber algo” no es ni de lejos sinónimo de ser experto. Y sin embargo – las redes sociales y las tertulias suelen escandalizarme cada día más – me veo rodeado de cientos, miles, decenas de miles de “expertos” que disertan, enfática y a menudo agresivamente, desde el campo de la gastronomía medieval a la bioética, pasando por el cálculo del hormigón y los procedimientos de la medicina forense. 

¿Descarrila un tren? Aparecen ejércitos de maquinistas, guardagujas e ingenieros ferroviarios. ¿Se debate sobre licitud y legalidad? Pues los constitucionalistas, civilistas y penalistas de toda la vida disertan y disertan sin pies ni cabeza. Y si alguien (la última vez hace pocos días) pone dramáticamente fin de forma abrupta a su propia existencia, pues los miembros de la manada de sesudos forenses, licenciados en sofá y seriales de CSI, salen como las setas después de una larga  lluvia fina entre pinares. 
Retomando por donde comencé,  no entiendo la ignorancia y la desinformación activa (la culpable por desinterés y pereza, no por otras circunstancias de la vida de cada uno) pero déjenme decir que atrevimiento y osadía manifiestamente indocumentadas – y me dirijo a la sociedad en general, pero con particular acento en mi profesión –  no rescatan de una culpabilidad ganada a pulso en años y décadas. Lo único que producen es la caída en el bochorno y en el ridículo más sonrojante. Además, según el efecto difusor del púlpito utilizado, crean en muchos más sensación de verosimilitud, desinformación, confusión y más sesgo del que ya tristemente padecemos.
Pues no pasen nada por alto. Hagan un esfuerzo y, da igual el argumento o el sector, ¡detenganse! En cualquier momento se lo garantizo agradecerán esa decisión.