Gilipollas. Pues sí,
auténticos gilipollas.
Creo que es la primera vez que alguien lee,
en cualquier lugar, una palabra salida de tono que lleve mi firma. Pero hay un
límite para todo. Aunque – confieso – ni
a mí ni a muchos nos han faltado anteriores ocasiones, y ganas, para sacarlas del diccionario y reforzar el
enfado y el estupor ante muchas solemnes estupideces.
¿A qué viene esto? Pues a la “nacionalización”
(pongo comillas porque, sin creérselas, las puso la Evita del Tercer Milenio) de la empresa
YPF, filial argentina de la compañía española Repsol.
Me he quedado atónito ante el número, decenas
y decenas sólo en un breve “paseo”, de españoles que, en foros, comentarios de
webs y otros reductos de Internet han aplaudido la decisión de la viuda de
Kirchner. Aplausos a rabiar, con acritud, banderas ideológicas, las
motivaciones más peregrinas y una retahíla de soflamas y proclamas contra el
mercado, las multinacionales, los empresarios y… hasta la Iglesia Católica (¡Faltaría más!).
De locos. Si alguien en estas horas afirma
que el gobierno argentino se ha disparado en su propio pie o que el tiro le
saldrá por la culata, estos irresponsables internautas – sobre todo por ser españoles – se están
disparando a su propio pie y la bala le dará de rebote a alguien de la familia
y al vecino de al lado. Porque cuando se habla de multinacionales, capital, accionistas
y dinero, siempre se olvida algo. Que el capital se forma con mucho dinero y
muchísimas personas. Es verdad, hay gente y grupos que poseen muchas acciones.
Pero es también verdad que miles y miles de hombres y mujeres han confiado sus
pequeños o medianos ahorros, su presente y su propio futuro, a los vaivenes de
una gran empresa. Directamente o a través de fondos de pensiones u otros
instrumentos de los muchos que hay en el mercado.
Por otro lado, no voy a dedicar mucho tiempo
a consideraciones tan elementales como la inseguridad jurídica, las
repercusiones en España y en la misma Argentina, la desconfianza de cualquiera
que se plantee aterrizar en Buenos Aires para emprender una actividad. O el
hecho tan elemental de que una empresa, sobre todo una gran empresa como esa –
de la cual no soy accionista y ni siquiera comprador frecuente de su gasóleo – cuando
se pierde es que se está perdiendo un pedazo de la riqueza de este mismo país. Que
es también de los fanáticos tan ideologizados – en este como en decenas de
argumentos – que sólo saben rebuznar con el “no”, el “abajo”, el “anti” y el “contra”.
De construir, nada de nada, salvo el odio y las barricadas que no obedecen a ninguna
lógica de defensa.
También me crucé, esta misma mañana y físicamente,
con una charla entre tres hombres, pura casualidad en un lugar público. Uno de
ellos insistía mucho en alegrarse de todo el desaguisado argentino. Y lo
siento, tuve que hacerle una pregunta: ¿Estás en el paro, verdad? “Pues sí”, me
contestó. Y, repito, lo siento, pero me salió del alma, o mejor de la
incomprensión y de una rabia patriótica sin ser yo español, una auténtica
barbaridad. “Me alegro”, le contesté.
Y ahora añado: por gilipollas. Con perdón y
sin que sirva de precedente.
Del unamuniano «Me duele España» hablaremos otro día.